Hace unas cuantas semanas tuve una densa discusión sobre el racismo. Todo comenzó jugando inocentemente caras y gestos en casa de un amigo. Ho Chi Min era el personaje a adivinar, y la estrategia del concursante fue mimetizar los ojos rasgados. ¿El problema? Falta de empatía de los demás participantes con la comunidad asiática.
En lo personal, no sabía que el gesto en sí era inapropiado, ¿por qué ofenderse? Sin embargo, al trasladar el gesto a gran escala comprendí lo que trataban de transmitir. Imaginarme a un público enorme y referirme a una comunidad entera con ese gesto es tan bajo como referirte a una mujer únicamente por sus senos.
Uno de los presentes argumentaba que sólo empeorábamos la situación al darle importancia; no obstante, esa misma persona nunca ha sido discriminada o estereotipada por su apariencia. No, no es por tu comportamiento, por tus ideas o por tus acciones, es por cómo te ves. No importa tu ropa o higiene, son tus rasgos físicos. Es entrar a un lugar y recibir una etiqueta.
Soy Mexicano y luzco como tal. Madre morena y padre blanco, mestizo a fin de cuentas. Es increíble cómo puedes ser juzgado simplemente por eso y lo más triste, es que los momentos quedan grabados en tu memoria. No se me olvida ni se me olvidará que cuando estaba presentando mi examen de manejo en Virginia, me gritaron "Rápidou, Rápidou". Nunca escuché que apresuraran a los demás. Entonces, ¿por qué a mí sí y de esa manera? Muchas otras veces me han gritado "Rápido, Rápido", pero la connotación y la situación no son las mismas.
Cientos de años han ido alimentando estos sentimientos que han pasado generación tras generación. La situación ideal sería detener este odio y empezar todo en ceros, claro, asumiendo que todos entienden que somos iguales. La realidad es que el problema está presente, y el ignorarlo o no darle la importancia que se merece, no nos va a llevar a ningún lado.
Wednesday, February 23, 2005
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